Resulta difícil pensar que el gobierno no calculó los efectos internos que tendría su decisión de invitar a los presidentes de Venezuela -Nicolás Maduro- y de Cuba -Raúl Castro- al cambio de mando. La Moneda tuvo que anticipar que ello irritaría a la administración entrante y a un segmento significativo de la mayoría electoral que la llevó al poder. También, debió prever la incomodidad que dicha invitación provocaría en la DC y en algunos sectores de la izquierda democrática, incluido el propio canciller Muñoz. Y dado que ningún protocolo diplomático obligaba a tener a ambos mandatarios presentes (varios jefes de Estado de la región no están en la lista), no queda más alternativa que asumir que las consecuencias de estas invitaciones fueron explícitamente buscadas.
Las interrogantes son: ¿por qué el gobierno de Bachelet decidió poner a los presidentes Maduro y Castro en la lista de los invitados al traspaso de mando? ¿Por qué se optó por un escenario que inevitablemente agitaría las aguas, debilitando el sentido unitario y republicano de esta ceremonia?
Primera hipótesis: La Moneda quiso minimizar la dimensión histórica de su reciente derrota electoral; una derrota que, a diferencia de la ocurrida en 2010, no fue la del cuarto gobierno de un ciclo ya políticamente debilitado, sino del primero de un proyecto con pretensiones fundacionales. La lectura que el oficialismo hizo de los resultados de la primera vuelta presidencial confirmó el desesperado esfuerzo de negación de una realidad política evidente, una realidad que desde temprano se expresó en altos niveles de desaprobación a su gestión y sus reformas.
Segunda hipótesis: el Ejecutivo buscó molestar al nuevo gobierno y a la mayoría electoral que lo sustenta, tratando que su asunción al mando quedara opacada por la inevitable crispación que la presencia de Maduro y Castro impondrán en el ambiente. Instalar un debate sobre Venezuela y Cuba en el centro del cambio de mando sería la mejor manera de aguar la fiesta a los triunfadores de las recientes elecciones.
Tercera hipótesis: Michelle Bachelet pretendió hacer un gesto político al PC por su incondicional respaldo al programa de gobierno. Es obvio que, en el clima de polarización que se impondrá durante la visita de ambos mandatarios, los comunistas van a tener un rol protagónico, como ya lo han tenido en las polémicas de estos días, incluidas sus descalificaciones al canciller Muñoz.
Cuarta hipótesis: La Moneda quiso “saldar cuentas” con la DC, ponerla en un escenario incómodo y reforzar sus tensiones internas. O, al menos, como ya es costumbre en esta administración, la opinión y sensibilidad de la Falange no le interesan a nadie. Sobre todo cuando se trata de cuestiones “simbólicas”.
Quinta hipótesis: todas las anteriores; a las que cabría agregar el simple “gustito” de ensuciar un rito republicano en el cual la Nueva Mayoría, el gobierno y la propia presidenta se despiden políticamente derrotados.
En rigor, todas estas hipótesis (y cualquier otra) se ubican en el sinuoso ámbito de lo posible. Lo que no se puede negar es que, como era esperable, el gobierno simplemente decidió ser fiel a sus convicciones, a sus afectos y a su estilo hasta el último día.